Los descubrimientos sexuales de Juliana (2da Parte)

(Relato editado por el escritor de Tus Confesiones)

Un día después de llegar al pueblo me di cuenta de que todo era distinto, algo que ni siquiera me había planteado: mi aspecto no era el mismo que el de otros años. Mis pechos se apretaban en las viejas camisetas del año pasado, y se mostraban sugerentes en los escotes de las nuevas. A pesar de llevarme un par de años de diferencia, el grupo de chicos más grandes empezaron a mostrar un gran interés en mí. Aunque antes pasaba inadvertida, ahora comenzaban a mirarme de una manera distinta. Para una chica de mi edad en esos tiempos era todo un satisfacción que los chicos más grandes me dieran bolilla. Lo que más deseaba era sentirme mayor, y que los demás me vean así también. Sin ningún tipo de remordimiento apenas me saludaba con los chicos de siempre, y un par de chicas de mi edad y yo nos incorporamos encantadas al grupo de los chicos mayores.

La sensación que tuve cuando me fui lejos de casa es que podía hacer lo que quisiera; podía representar un papel falso, fingir ser alguien distinta, ser la que realmente quería ser ó la que otros deseaban que fuera. Esto me llevo a probar el cigarrillo, dar las primeras pitadas y beber mi primer cerveza. Nos juntábamos al atardecer, éramos tres chicas y cinco chicos en el patio de una casa del padre de uno de ellos. Solos, de noche, sintiéndonos lejos de todo y sentados en un par de colchones en el suelo. Las chicas nos dejábamos llevar por todo lo que se les ocurría. Hablábamos de sexo, sobretodo ellos, que nos explicaban toda clase de experiencias que aseguraban habían tenido. Fumamos, aunque yo sólo me atreví con cigarrillos y me agarre mi primer borrachera, y mi segunda, y mi tercera...

El segundo día uno de los chicos nos propuso jugar al juego de la botella. Aunque habíamos jugado con el grupo de chicos con los que solíamos juntarnos, no pasamos de unos simples picos. Esta vez fue más serio. El alcohol y el hecho de que ellos sabían lo que hacían provocaron que acabáramos enrollándonos todas con todos. Aprendí a dar mis primeros besos de lengua, nos pasábamos manoseándonos durante horas, haciendo pausas solo para beber un poco más y seguir. Me metían mano, me estrujaban los pechos como si estuvieran amasando pan y aprovechaban para agarrarme el culo. Yo me dejaba hacer, totalmente turbada y excitada. Al principio solo era por encima de la ropa, pero pronto metieron la mano debajo de la camiseta y me apartaron el corpiño. Sentir las manos sobre mi piel por primera vez, sobre mis pechos, pellizcándome los pezones, bajando más tarde por la espalda y metiéndome una mano dentro de los pantalones, y después de mi bombacha. Durante los besos y el manoseo, alguno de los chicos no dejaban de refregarme el paquete, eso me encendía de una manera extrema. Me sentía aliviada de que no intentaran meterme mano en la entrepierna, a esas alturas estaba totalmente mojada.

Tenía suerte de que cuando volvía a la casa de mis padres ellos normalmente estaban cenando afuera con amigos, o habían invitado a casa a muchos de ellos. En estos casos saludaba escuetamente, intentando disimular el pedo que llevaba encima. Después de brindar sonrisas a la multitud, subía a mi habitación para hacerme las pajas más cortas en meses, con la excitación que tenía encima llegaba a un orgasmo rápida y escandalosamente.

Jugamos también al famoso "Verdad-Consecuencia". Borrachas, perdidas y totalmente desinhibidas no teníamos ningún problema en hacer cualquier extravagancia. Les mostrábamos las tetas, les bajábamos la bragueta con los dientes y también nos atrevíamos a pedirles cosas, como que alguno se bajara el pantalón y el calzoncillo, mostrando su verga. Todo era risa y cachondeo. Creíamos que ese era el mundo natural de la gente joven, algo que los adultos no tenían ni idea, y eso nos hacía sentir realmente bien. El momento más tenso fue la primera vez que nos hicieron besar entre nosotras. Empezamos tímidamente, pero al cabo de unos días nos besábamos entre nosotras con la misma pasión que con los chicos. Me calentaba la suavidad de sus bocas y su lengua, y notar sus pechos contra los míos. Acabé incluso tocándole los pechos por debajo de la camiseta a una amiga, y aunque nunca me tocó dejaba que yo lo hiciera.

El alcohol me ayudaba a hacer todo eso que sin duda disfrutaba, pero nuestra cara durante el día no se parecía en lo absoluto a la de la noche en aquella casa. Empecé a sentirme sexy (o lo que yo creía que era ser sexy), que me iba a comer el mundo, que podría hacer cualquier cosa, lo que me diera gana, porque nada malo podría pasarme. Unos días antes de volver a casa me encontré con Alejandro, uno de los chicos del grupo. Me propuso ir a bañarnos al río, era pasado el mediodía y a esa hora nadie podría vernos. Cinco minutos después de llegar ya nos estábamos bañando, manoseándonos en el agua. Recuerdo lo excitante y distinto que fue: no estábamos en la casa borrachos, ni de noche, y encima ahora disfrutábamos de la soledad. La excitación que producía estar al aire libre, en un sitio donde podríamos ser vistos era increíble.

Se convirtieron esos encuentros furtivos en algo diario. Por la noche, todo igual: cigarrillos, muchas cervezas y todos con todos, pero ahora nos cruzábamos miradas, y nuestros besos tenían algo especial. Durante el día, el calzoncillo que usaba para bañarse hacía que constantemente notara sus erecciones, que restregaba con fuerza sobre mi vientre. Cuando me atreví a tocársela, fue como un imán, no pude parar de manosearla, de apretarla. Comencé a masturbarlo, y aunque era tremendamente excitante, mis movimientos eran tremendamente torpes. Muy excitado y supongo que cansado del ritmo irregular, puso su mano sobre la mía y me empezó a marcar el ritmo, aún por encima del calzoncillo. Al día siguiente fue cuando estando yo ya sin la parte de arriba de la bikini, le bajé el calzoncillo y pude vérsela de cerca. Él se divertía mirándome examinarla, tocarla y acariciarla. Sus gestos cambiaron cuando comencé a bajar y subir su prepucio, a masturbarlo. Le hice una paja, sacudiendo esa barra de carne dura y caliente mientras lo besaba con fuerza, metiéndonos la lengua y explorando cada centímetro de nuestras bocas. Seguí, guardando y liberando su glande hasta que eyaculó. Sorprendida vi saltar su semen, salpicándome la mano y el vientre.

Al día siguiente me atreví a chupársela, después de verlo eyacular, de ver aquella "cosa" palpitando como si fuera a estallar y tirando chorros de líquido espeso y blanco. Fascinada, le unté la verga con su semen, pegajosa y morcillona. Me moría por conocer su olor, su sabor; así que me agache hasta que quedó frente a mis ojos, a pocos centímetros. Su mano se posó en mi cabeza, empujándome suavemente hacia ella, invitándome a mamársela. No lo hice esperar demasiado, cerré los ojos, abrí la boca y chupé. Chupé y succioné golosa, atropelladamente, hasta que Alejandro me volvió a marcar el ritmo empujándome su pene más adentro, con sus caderas y sosteniéndome la cabeza. El intenso sabor del semen que rodeaba su pene me dejó un gusto confuso: entre amargo y salado, no muy agradable, pero hacía que me excitara aún más. La notaba suave, caliente y blanda en mi boca, me entretuve repasándola con la lengua, mucho más sensible al tacto que los dedos. Poco a poco se fue endureciendo de nuevo, y Alejandro se fue descontrolando, empezando literalmente a cogerme por la boca. Él me dejaba apartarme de vez en cuando, cuando sus arremetidas me provocaban arcadas y necesitaba toser y respirar. Cuando me sentía mejor, simplemente abría la boca para que siguiera. No tardó mucho en eyacular de nuevo, esta vez adentro de mi boca. Estaba tan poseída, el sabor era tan fuerte y tenía la boca tan llena de saliva y semen que me lo tragué.

Llegué a casa esa tarde extremadamente excitada, ya que Alejandro limitaba sus atenciones sólo a mis pechos. Corrí a aliviarme al baño, rezando por que nadie notara ese olor tan peculiar que ahora tenía mi aliento, y de los pegotes resecos en los vellos de mi brazo. Me masturbé con el sabor de su semen todavía en mi boca, casi sintiendo aún su verga entrando y saliendo, cómo me la empujaba adentro, sus manos tirando y empujando de mi pelo. Tuve un orgasmo tan intenso que tuve que silenciarlo mordiendo una toalla, y ahí quedé sentada en el bidé del baño totalmente desparramada. A pesar del gran orgasmo, sentía necesidad de seguir. Me había comido su verga, había tragado semen, estaba casi flotando en el aire y sólo tenía ganas de más. Esa noche, borracha de nuevo, me besaba con fiereza con él.

-¿Te gustó? ¿Te gustó lo de esta tarde? -le pregunté al oído.
-Mucho -contestó, casi con vergüenza. Eso me hizo sentir más fuerte y segura.
-Pues estoy deseando que te desabroches el pantalón, ¿sabés?

Él se quedó mirándome, y miró discretamente a los demás, que se besaban, bebían y se manoseaban de lo lindo. Me volvió a mirar sonriéndome, y empezó a quitarse el cinturón. Comenzaba a chupársela cuando dejé de sentir ruidos, sin verlos me imaginé que todos deberían estar observándome, Alejandro enredaba sus dedos en mis pelos, empujándome suavemente para que me la metiera toda. Levanté los ojos y miré fugazmente, vi sus miradas puestas en mí, en mi boca mamando, entre sorprendidos y excitados. Eso me hizo sentir una puta, estar haciendo eso delante de todos. Pero ya no lo podía evitar, estaba demasiado excitada como para detenerme.

Al rato, potenciado por la situación Alejandro eyaculó en mi boca, yo tragué y me incorporé limpiándome los restos de mis labios y mi barbilla. Me sorprendí al ver a las otras dos chicas mamando también, sentí que mi comportamiento había incentivado la situación, porque ahora eran ellas las que estaban haciendo lo que yo había empezado. Javier, uno de los amigos de Alejandro, había quedado sólo y tomando cerveza, observaba desde su lugar a las chicas chupando y no dejaba de tocarse por encima del jean muy excitado por la situación. Cuando me descubrió observándolo hizo un gesto de bajarse el cierre, yo miré a Alejandro buscando su aprobación.

-Dale, andá -me pidió sonriendo. Sabía bien que lo excitaba verme así, y lo disfrutaba mucho.

No recuerdo muy bien el tamaño, la forma, ni el olor que desprendía de su pene. Simplemente me acerque hasta él, me acomode el pelo y me recosté sobre su vientre. Al principio comencé a masturbarlo, buscando su erección a base de mis caricias, para luego sí llevármela a la boca. Recuerdo que no tardé mucho en hacerlo eyacular, y como tenía acostumbrado lo dejé acabar en mi boca. Eso lo sorprendió, y agradeció dándome un beso en los labios.

Esto se volvió una rutina, pues después de comer se la mamaba a Alejandro entre la maleza y nuevamente corría a casa, cenaba y después nos juntábamos en la casa de Javier, nuevamente a comer verga. Volvía a casa súper húmeda, la mandíbula algo acalambrada y el estómago lleno, con la calentura me era imposible no volver a masturbarme.

Cuando volví a Barcelona no me sentía mal, ni siquiera extrañaba a Alejandro. Con el ego por las nubes, pensaba para mí: "chicos, prepárense que vuelvo".

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