El diario de una prostituta

Fuente: zonagratuita.com
Bruna Surfistinha es el seudónimo de Raquel Pacheco, una ex prostituta de 21 años que acaba de publicar su diario, en el que cuenta todas sus intimidades y da algunos consejos para mujeres, en materia de sexo.

Surfistinha, que abandonó el oficio hace sólo un mes, logró ubicar su libro El dulce veneno del escorpión entre los más vendidos de Brasil y se ha convertido en una celebridad que aparece constantemente en televisión. La morocha fue prostituta por casi tres años y, ahora, con el libro que escribió con la ayuda del periodista Jorge Tarquini, vendió más de diez mil ejemplares en dos semanas.

A los 18 años, Raquel Pacheco se fue de su casa porque tenía problemas con su familia y quería hacer dinero rápidamente. Fue así como se dedicó a la prostitución hasta que encontró el amor, un empresario de 30 años que fue su cliente y por el que decidió dejar todo para llevar una vida normal.

En su libro, editado por Panda Books, asegura que ya pasó por todas las experiencias sexuales posibles y tuvo relaciones con hombres mujeres y parejas incluyendo una orgía con ocho hombres. "Coitos enloquecedores, orgías, muchos hombres y mujeres diferentes por día, noches casi sin fin. Lo que puede ser excitante para muchas chicas en la efervescencia de los veinte años, para mi es rutina", escribió. Además da consejos a las mujeres acerca de cómo comportarse en la intimidad para que sus parejas no se vuelvan clientes de prostitutas. El ochenta por ciento de las personas que compran El dulce veneno del escorpión son mujeres.

Bruna Surfistinha también tiene un blog que recibe quince mil visitas y que utiliza para comunicarse con sus lectores. La ex prostituta planea editar dos libros más y estudiar sexología. Mientras tanto Panda Books prepara una segunda tirada de otros diez mil ejemplares de "El dulce veneno del escorpión".

Quiero vivir follando

QUIERO VIVIR FOLLANDO, por Bianca (actriz porno).
Fuente: blogs.putalocura.com

Como he dicho en varias ocasiones, las actrices porno gozamos de una inteligencia superior, innata y adquirida pues el semen contiene un tipo de neurona capaz de desarrollarse una vez alojada en el cerebro.

Estamos por encima de la media, pero además no lo aceptamos con humildad sino que relegamos y despreciamos a la plebe. Al ser seres superiores, diosas y divas, dedicamos nuestra vida a comer, a beber y a follar. ¿Son, acaso, los científicos o los médicos, más inteligentes que nosotras? ¡Ja! Desperdiciar una vida estudiando es, cuanto menos, de retrasados natos.

Tengo una sola vida, y la quiero pasar tumbada sobre la hierba, abierta de piernas, invitando a rubios, morenos y pelirrojos. A mí me gusta culturizarme a base de pollazos. Muchas veces, mientras me revientan, pregunto cosas sobre el país del colega. Y claro, después de todos los tíos que me he follado, te podría decir hasta los habitantes de Mogadishu.

Yo no quiero conocer el porqué de nuestra existencia, ni vivir encerrada en un laboratorio o memorizar tochos y tochos de mierda ridícula, malgastando mi juventud, para luego “tener futuro”. Yo quiero VIVIR, y morir sabiendo que no pasé por aquí sin pena ni gloria. Habiendo follado y bebido como la que más, viajando y conociendo pollas que me enseñen de su cultura, luchando contra el sistema que nos han impuesto pues soy libre y quiero vivir con el coño.

La historia de Agustín - La niña puta interna

Nombre: Agustín
Edad: 21 años
Agradecemos a Agustín por la entrevista que pudimos realizarle mediante MSN, por su sinceridad y por los detalles que nos proporcionó para lograr la pequeña pero interesante historia. Confesó un contado de su sexualidad que según él nadie sabe, y prometió que seguirá contandonos sobre su descubrimiento sexual junto a su amigo, Javier.

A pesar de que lo intentaba, Agustín, de 13 años, no podía conciliar el sueño. Se había acostado después de las dos de la tarde, y pasadas las cuatro no hacía más que dar vueltas en la cama. Con tan solo el calzoncillo puesto, se retorcía entre las sábanas enrredándose. Durante un rato se entretenía manoseándose el pene, por momentos lo sacaba rígido y con el glande expuesto por un costado del calzoncillo, colocándolo junto a la pierna lo sentía caliente.
Antes de irse a trabajar, sus padres pasaron por la habitación a despertarlo. Era irracional que un chico a su edad, en plenas vacaciones de verano, se la pasara durmiendo. Así que le ordenaron que se levantara, se bañara y saliera un rato a la calle a despejarse. Agustín haciendo caso se levantó, y antes de irse a bañar se fue a la habitación de sus padres para recostarse en la cama grande.
Tirado sobre la cama junto a la mesa de luz de su madre, abrió el cajón de la ropa interior y se puso a revisar. En la punta superior derecha encontró una cajita de preservativos abierta, tomó el cartón y leyó la marca: “TULIPAN (Clásicos)”. A pesar que sabía muy bien que sus padres hacían el amor, no le agradó nada encontrar las pruebas. Notó que quedaba solo uno, y en la caja decía contener tres. Después de ver las instrucciones de uso, dejó la caja en su lugar y siguió revisando. De la ropa interior sacó una bombacha de encaje rojo que le llamo la atención, era demasiado provocativa para que su madre la usara. La tomó entre sus manos y la olió sin realmente sentir olor. Sin dudarlo, cerró el cajón aún con la bombacha en la mano y se fue frente al espejo. Mirándose fijo en el, se bajó el calzoncillo lentamente, se lo sacó y lo tiró sobre la alfombra. Haciendo equilibrio tomó los elásticos de la bombacha, y pasando sus piernas una a una, se la puso. Su pene comenzó a ponerse rígido sin ni siquiera tocarlo. La parte trasera de aquella ropa interior se metía un poco entre sus muslos. Agustín, sin dudarlo, tiró de los elásticos que abrazaban su cintura y la bombacha llegó a meterse en su cola y tocar su ano. Su pene lo escondió entre sus piernas, viéndose como una niña.

Me miraba en el espejo por adelante y por detrás, el pene escondido entre mis piernas simulaba el pubis de una adolescente, una adolescente muy caliente. Sentía la verga endurecerse más cada minuto, algo colorada y caliente al tacto. De espaldas al espejo levantaba los elásticos, colocándolos por encima de las caderas y dándole forma de “V”. La parte trasera se metía entre mis nalgas, realmente me calentaba mucho. Se parecía a la cola de una mujer, solo le quitaba un poco de realismo algunos vellos en mis nalgas.” confesó Agustín.

Aunque trató de mantenerlo entre las piernas, la gran erección que estaba teniendo Agustín hacía zafar su pene. Sin dudarlo, retiró su miembro por un costado de la bombacha, como solía hacer cuando tenía puestos sus calzoncillos. Con el pene en la mano comenzó a manoseárselo desesperadamente, mirándose en el espejo levantó la cola y se puso de perfil. Se masturbó furiosamente durante solo unos segundos, la calentura era demasiada como para dejarlo durar más tiempo. Antes de llegar al orgasmo pasó una mano por detrás, apuntó su dedo índice a la entrada de su ano y por encima de la tela de la bombacha de su madre empujó fuerte. Aunque solo unos milímetros de la punta del dedo lograron ingresar, fue suficiente para hacerlo llegar al clímax. Después de la sacudida que le proporcionó el orgasmo se bajó la bombacha hasta los tobillos, toda enrredada y con cierto aroma a mierda, se la sacó y la dejo para lavar. Las empleadas que estaban encargadas de la limpieza pronto la pondrían en orden.
Aquella fue la primera vez, pero no la última. A partir de ese día, la mayor parte de los días que ingresaba a bañarse y había colgada de la canilla alguna bombacha, no dudaba en ponérsela. Se la acomodaba bien, tiraba de los elásticos para sentirla meterse entre sus muslos y trataba de que las nalgas quedaran totalmente fuera, como si de una tanga se tratara. Aunque metía su pene flácido entre las piernas para ocultarlo, lo sacaba totalmente rígido de la calentura que le proporcionaban las sensaciones de tener ropa interior femenina puesta.

Realmente me probé unas cuantas bombachas durante la adolescencia, me calentaba mucho tenerlas puestas. Sabía que si hubiese nacido mujer, sería una adolescente atorranta y feliz. Siempre consideré que una mujer tenía menos obstáculos que afrontar a la hora de perder la virginidad que el hombre, quien debe siempre tratar de ganar el “Sí”. La bombacha la sacaba de la ducha, de la habitación de mi madre ó de la sala de plancha, me la ponía y terminaba masturbándome. A pesar de este gusto, jamás me consideré gay y nunca fui un adolescente afeminado. Siempre me gustaron las mujeres, aunque disfrutara del hecho de verme un poquito puta por un rato.” confesó Agustín.

Los descubrimientos sexuales de Juliana (2da Parte)

(Relato editado por el escritor de Tus Confesiones)

Un día después de llegar al pueblo me di cuenta de que todo era distinto, algo que ni siquiera me había planteado: mi aspecto no era el mismo que el de otros años. Mis pechos se apretaban en las viejas camisetas del año pasado, y se mostraban sugerentes en los escotes de las nuevas. A pesar de llevarme un par de años de diferencia, el grupo de chicos más grandes empezaron a mostrar un gran interés en mí. Aunque antes pasaba inadvertida, ahora comenzaban a mirarme de una manera distinta. Para una chica de mi edad en esos tiempos era todo un satisfacción que los chicos más grandes me dieran bolilla. Lo que más deseaba era sentirme mayor, y que los demás me vean así también. Sin ningún tipo de remordimiento apenas me saludaba con los chicos de siempre, y un par de chicas de mi edad y yo nos incorporamos encantadas al grupo de los chicos mayores.

La sensación que tuve cuando me fui lejos de casa es que podía hacer lo que quisiera; podía representar un papel falso, fingir ser alguien distinta, ser la que realmente quería ser ó la que otros deseaban que fuera. Esto me llevo a probar el cigarrillo, dar las primeras pitadas y beber mi primer cerveza. Nos juntábamos al atardecer, éramos tres chicas y cinco chicos en el patio de una casa del padre de uno de ellos. Solos, de noche, sintiéndonos lejos de todo y sentados en un par de colchones en el suelo. Las chicas nos dejábamos llevar por todo lo que se les ocurría. Hablábamos de sexo, sobretodo ellos, que nos explicaban toda clase de experiencias que aseguraban habían tenido. Fumamos, aunque yo sólo me atreví con cigarrillos y me agarre mi primer borrachera, y mi segunda, y mi tercera...

El segundo día uno de los chicos nos propuso jugar al juego de la botella. Aunque habíamos jugado con el grupo de chicos con los que solíamos juntarnos, no pasamos de unos simples picos. Esta vez fue más serio. El alcohol y el hecho de que ellos sabían lo que hacían provocaron que acabáramos enrollándonos todas con todos. Aprendí a dar mis primeros besos de lengua, nos pasábamos manoseándonos durante horas, haciendo pausas solo para beber un poco más y seguir. Me metían mano, me estrujaban los pechos como si estuvieran amasando pan y aprovechaban para agarrarme el culo. Yo me dejaba hacer, totalmente turbada y excitada. Al principio solo era por encima de la ropa, pero pronto metieron la mano debajo de la camiseta y me apartaron el corpiño. Sentir las manos sobre mi piel por primera vez, sobre mis pechos, pellizcándome los pezones, bajando más tarde por la espalda y metiéndome una mano dentro de los pantalones, y después de mi bombacha. Durante los besos y el manoseo, alguno de los chicos no dejaban de refregarme el paquete, eso me encendía de una manera extrema. Me sentía aliviada de que no intentaran meterme mano en la entrepierna, a esas alturas estaba totalmente mojada.

Tenía suerte de que cuando volvía a la casa de mis padres ellos normalmente estaban cenando afuera con amigos, o habían invitado a casa a muchos de ellos. En estos casos saludaba escuetamente, intentando disimular el pedo que llevaba encima. Después de brindar sonrisas a la multitud, subía a mi habitación para hacerme las pajas más cortas en meses, con la excitación que tenía encima llegaba a un orgasmo rápida y escandalosamente.

Jugamos también al famoso "Verdad-Consecuencia". Borrachas, perdidas y totalmente desinhibidas no teníamos ningún problema en hacer cualquier extravagancia. Les mostrábamos las tetas, les bajábamos la bragueta con los dientes y también nos atrevíamos a pedirles cosas, como que alguno se bajara el pantalón y el calzoncillo, mostrando su verga. Todo era risa y cachondeo. Creíamos que ese era el mundo natural de la gente joven, algo que los adultos no tenían ni idea, y eso nos hacía sentir realmente bien. El momento más tenso fue la primera vez que nos hicieron besar entre nosotras. Empezamos tímidamente, pero al cabo de unos días nos besábamos entre nosotras con la misma pasión que con los chicos. Me calentaba la suavidad de sus bocas y su lengua, y notar sus pechos contra los míos. Acabé incluso tocándole los pechos por debajo de la camiseta a una amiga, y aunque nunca me tocó dejaba que yo lo hiciera.

El alcohol me ayudaba a hacer todo eso que sin duda disfrutaba, pero nuestra cara durante el día no se parecía en lo absoluto a la de la noche en aquella casa. Empecé a sentirme sexy (o lo que yo creía que era ser sexy), que me iba a comer el mundo, que podría hacer cualquier cosa, lo que me diera gana, porque nada malo podría pasarme. Unos días antes de volver a casa me encontré con Alejandro, uno de los chicos del grupo. Me propuso ir a bañarnos al río, era pasado el mediodía y a esa hora nadie podría vernos. Cinco minutos después de llegar ya nos estábamos bañando, manoseándonos en el agua. Recuerdo lo excitante y distinto que fue: no estábamos en la casa borrachos, ni de noche, y encima ahora disfrutábamos de la soledad. La excitación que producía estar al aire libre, en un sitio donde podríamos ser vistos era increíble.

Se convirtieron esos encuentros furtivos en algo diario. Por la noche, todo igual: cigarrillos, muchas cervezas y todos con todos, pero ahora nos cruzábamos miradas, y nuestros besos tenían algo especial. Durante el día, el calzoncillo que usaba para bañarse hacía que constantemente notara sus erecciones, que restregaba con fuerza sobre mi vientre. Cuando me atreví a tocársela, fue como un imán, no pude parar de manosearla, de apretarla. Comencé a masturbarlo, y aunque era tremendamente excitante, mis movimientos eran tremendamente torpes. Muy excitado y supongo que cansado del ritmo irregular, puso su mano sobre la mía y me empezó a marcar el ritmo, aún por encima del calzoncillo. Al día siguiente fue cuando estando yo ya sin la parte de arriba de la bikini, le bajé el calzoncillo y pude vérsela de cerca. Él se divertía mirándome examinarla, tocarla y acariciarla. Sus gestos cambiaron cuando comencé a bajar y subir su prepucio, a masturbarlo. Le hice una paja, sacudiendo esa barra de carne dura y caliente mientras lo besaba con fuerza, metiéndonos la lengua y explorando cada centímetro de nuestras bocas. Seguí, guardando y liberando su glande hasta que eyaculó. Sorprendida vi saltar su semen, salpicándome la mano y el vientre.

Al día siguiente me atreví a chupársela, después de verlo eyacular, de ver aquella "cosa" palpitando como si fuera a estallar y tirando chorros de líquido espeso y blanco. Fascinada, le unté la verga con su semen, pegajosa y morcillona. Me moría por conocer su olor, su sabor; así que me agache hasta que quedó frente a mis ojos, a pocos centímetros. Su mano se posó en mi cabeza, empujándome suavemente hacia ella, invitándome a mamársela. No lo hice esperar demasiado, cerré los ojos, abrí la boca y chupé. Chupé y succioné golosa, atropelladamente, hasta que Alejandro me volvió a marcar el ritmo empujándome su pene más adentro, con sus caderas y sosteniéndome la cabeza. El intenso sabor del semen que rodeaba su pene me dejó un gusto confuso: entre amargo y salado, no muy agradable, pero hacía que me excitara aún más. La notaba suave, caliente y blanda en mi boca, me entretuve repasándola con la lengua, mucho más sensible al tacto que los dedos. Poco a poco se fue endureciendo de nuevo, y Alejandro se fue descontrolando, empezando literalmente a cogerme por la boca. Él me dejaba apartarme de vez en cuando, cuando sus arremetidas me provocaban arcadas y necesitaba toser y respirar. Cuando me sentía mejor, simplemente abría la boca para que siguiera. No tardó mucho en eyacular de nuevo, esta vez adentro de mi boca. Estaba tan poseída, el sabor era tan fuerte y tenía la boca tan llena de saliva y semen que me lo tragué.

Llegué a casa esa tarde extremadamente excitada, ya que Alejandro limitaba sus atenciones sólo a mis pechos. Corrí a aliviarme al baño, rezando por que nadie notara ese olor tan peculiar que ahora tenía mi aliento, y de los pegotes resecos en los vellos de mi brazo. Me masturbé con el sabor de su semen todavía en mi boca, casi sintiendo aún su verga entrando y saliendo, cómo me la empujaba adentro, sus manos tirando y empujando de mi pelo. Tuve un orgasmo tan intenso que tuve que silenciarlo mordiendo una toalla, y ahí quedé sentada en el bidé del baño totalmente desparramada. A pesar del gran orgasmo, sentía necesidad de seguir. Me había comido su verga, había tragado semen, estaba casi flotando en el aire y sólo tenía ganas de más. Esa noche, borracha de nuevo, me besaba con fiereza con él.

-¿Te gustó? ¿Te gustó lo de esta tarde? -le pregunté al oído.
-Mucho -contestó, casi con vergüenza. Eso me hizo sentir más fuerte y segura.
-Pues estoy deseando que te desabroches el pantalón, ¿sabés?

Él se quedó mirándome, y miró discretamente a los demás, que se besaban, bebían y se manoseaban de lo lindo. Me volvió a mirar sonriéndome, y empezó a quitarse el cinturón. Comenzaba a chupársela cuando dejé de sentir ruidos, sin verlos me imaginé que todos deberían estar observándome, Alejandro enredaba sus dedos en mis pelos, empujándome suavemente para que me la metiera toda. Levanté los ojos y miré fugazmente, vi sus miradas puestas en mí, en mi boca mamando, entre sorprendidos y excitados. Eso me hizo sentir una puta, estar haciendo eso delante de todos. Pero ya no lo podía evitar, estaba demasiado excitada como para detenerme.

Al rato, potenciado por la situación Alejandro eyaculó en mi boca, yo tragué y me incorporé limpiándome los restos de mis labios y mi barbilla. Me sorprendí al ver a las otras dos chicas mamando también, sentí que mi comportamiento había incentivado la situación, porque ahora eran ellas las que estaban haciendo lo que yo había empezado. Javier, uno de los amigos de Alejandro, había quedado sólo y tomando cerveza, observaba desde su lugar a las chicas chupando y no dejaba de tocarse por encima del jean muy excitado por la situación. Cuando me descubrió observándolo hizo un gesto de bajarse el cierre, yo miré a Alejandro buscando su aprobación.

-Dale, andá -me pidió sonriendo. Sabía bien que lo excitaba verme así, y lo disfrutaba mucho.

No recuerdo muy bien el tamaño, la forma, ni el olor que desprendía de su pene. Simplemente me acerque hasta él, me acomode el pelo y me recosté sobre su vientre. Al principio comencé a masturbarlo, buscando su erección a base de mis caricias, para luego sí llevármela a la boca. Recuerdo que no tardé mucho en hacerlo eyacular, y como tenía acostumbrado lo dejé acabar en mi boca. Eso lo sorprendió, y agradeció dándome un beso en los labios.

Esto se volvió una rutina, pues después de comer se la mamaba a Alejandro entre la maleza y nuevamente corría a casa, cenaba y después nos juntábamos en la casa de Javier, nuevamente a comer verga. Volvía a casa súper húmeda, la mandíbula algo acalambrada y el estómago lleno, con la calentura me era imposible no volver a masturbarme.

Cuando volví a Barcelona no me sentía mal, ni siquiera extrañaba a Alejandro. Con el ego por las nubes, pensaba para mí: "chicos, prepárense que vuelvo".

Los descubrimientos sexuales de Juliana

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Los chicos crecen

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Carta a un marido cornudo

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