La historia de Marcos y Roxana

Fragmento de la novela "2+1 = engaño" de Silvia Fittipaldi

A los dieciocho años Roxana era una chica de barrio que había heredado el pelo negro de su madre y los ojos verdes de su padre. Durante la secundaria había sido asediada por casi todos sus compañeros de colegio y tenía la autoestima lo suficientemente alta como para sentir que el muchacho que le gustara podría ser su marido. Terminados sus años escolares, decidió perfeccionarse como secretaria y buscar un empleo. Le interesaba ganar rápidamente un buen salario, y el trabajo de oficina le parecía absolutamente adecuado para ella. Consiguió un puesto de recepcionista en un banco y continuó sus estudios.

Más adelante, se presentó para un puesto de asistente de secretaria ejecutiva en una empresa de primer nivel. Era inteligente, y su imagen la ayudaba bastante a conseguir lo que se proponía. Tenía el porte y la belleza como para no desentonar en un ambiente donde se privilegiaba la capacidad y también la imagen y las relaciones públicas.

Fue el tiempo en que conoció a Marcos, un muchacho del departamento contable de la misma empresa, muy codiciado por recepcionistas y empleadas administrativas. Marcos estudiaba para contador y jugaba al básquet. Era alto, de espaldas anchas, morocho, de ojos grises y sonrisa amplia. Sus gestos espontáneos, sus ojos sinceros y una actitud de permanente sorpresa ante la vida le daban un aire de niño tierno y confiable.

Roxana comenzó a frecuentar el sector contable. Sabía en qué horarios Marcos bajaba a almorzar y también, cuándo encontrarlo en los pasillos y ascensores. A la larga, él la invitó a salir, y el romance de estos dos solteros de la empresa se concretó y se convirtió en uno de los más aceptados. Cuando anunciaron su casamiento, hubo regalos especiales, despedida de solteros y un viaje de bodas al Caribe, que pudieron concretar gracias a una “vaca” en la que participaron los casi mil empleados de la empresa. Eran tiempos felices.

Marcos estaba muy enamorado de Roxana y quería que ella tuviera todo lo que deseaba. Además, la incitaba a que creciera profesionalmente, a que no se quedara con ganas de hacer algo. Siempre le decía: “Aprovechá ahora; cuando encarguemos un bebé no vas a tener todo el tiempo para hacer lo que quieras. Este es el momento de crecer en lo que puedas”.

Roxana era ambiciosa. Quería especializarse como secretaria ejecutiva y estudiar varios idiomas. También impulsaba a Marcos para que creciera. Él aún no se había recibido, y ella sostenía que no ganaba mucho en la empresa, que en otro lado podía con sus conocimientos, ganar más y tener otro futuro.

Pero Marcos sentía que, con ese puesto, tenía tiempo para estudiar y que, una vez recibido, probaría otro horizontes.

Cuando la secretaria ejecutiva para la que trabajaba Roxana quedó embarazada y se tomó licencia, ella la reemplazó. La mujer luego pidió una extensión del permiso y, por último, decidió quedarse en casa a cuidar a su bebé. Finalmente, Roxana, que en ese tiempo se había esforzado mucho y ya había comenzado su curso de especialización, se quedó con el puesto.

Esa licencia coincidió con un cambio de jefe. El gerente del área de Roxana fue trasladado a otra sucursal, y lo reemplazó un hombre más joven y muy emprendedor, que se entendió muy bien con Roxana y que ayudó a que finalmente ella pasara a ocupar el lugar de su antecesora, ahora dedicada a la maternidad.

Roxana y Marcos iban y venían juntos de casa a la empresa y de la empresa a casa, con excepción de los días en que alguno tenía clases por sus respectivos estudios, por lo general, a la noche. Como Roxana estaba entusiasmada con la idea de que Marcos se recibiera, ya que esperaba que él escalara posiciones rápidamente en esa u otra empresa, lo incentivaba a estudiar por las noches con sus compañeros. Ella asistía a sus clases o volvía a su casa y sentía que también disfrutaba mucho de esos espacios de soledad en los que escuchaba música, leía o hablaba por teléfono con sus amigas.

En ese tiempo, Roxana entabló una buena amistad con su nuevo jefe, un hombre soltero y apuesto, siempre activo, que viajaba mucho, jugaba al tenis y al golf y demostraba tener grandes ambiciones dentro de la empresa. A Roxana le encantaba su estilo expeditivo, su forma de imponer la autoridad –con suavidad pero con mano firme- y su manera de estar siempre atento a cada detalle de lo que sucedía a su alrededor. Como Roxana se había transformado en su mano derecha, él solía llamarla a su casa por teléfono para ajustar detalles, sobre todo cuando él tenía que viajar, y a veces mantenían largar charlas, aprovechando que Marcos estudiaba con sus compañeros. Así, cada uno se fue enterando de algunas intimidades del otro. Estaban todo el día juntos, compartían la actividad intensa del día en la oficina y, a veces, no salían a almorzar con el pretexto de que había mucho trabajo. Entonces, pedían algo para compartir en la oficina y charlaban de muchas cosas personales. Roxana se enteraba también de algunos interesantes aspectos de la evolución de la empresa, algo que, de otro modo, ella no podría conocer y que la hacía sentirse privilegiada con respecto a otros empleados.

Marcos se quejaba un poco de todo el trabajo que tenía ahora Roxana, porque le gustaba almorzar con ella, pero, a decir verdad, veía bien ese espacio para él, así en el horario del almuerzo completaba algunas lecturas para sus exámenes. Estaba ansioso por terminar su carrera.

Poco a poco, Roxana y Ariel, su jefe, fueron intimando. Él le habló de un romance fallido que había tenido meses antes con una mujer que había conocido en un viaje. Se mostró un poco melancólico y dijo que aspiraba a encontrar, alguna vez, el amor. Ella le hablaba de Marcos, de lo bueno que era, pero también de sus tiempos largos para crecer, de que ella esperaba tener un hijo, no dejar de trabajar, contar con una estructura que le permitiera tenerlo todo. Al fin y al cabo, se vive una sola vez, solía decirle Roxana a Ariel, que coincidía con ella y le comentaba que, si Marcos tuviera otros horizontes, todo sería posible.

Después de los primeros tiempos de matrimonio, Roxana y Marcos se fueron distanciando levemente. Ella estaba mucho tiempo sola durante los fines de semana, ya que Marcos ocupaba esos días completos para estudiar y solo se veían por las noches. Mientras tanto, Roxana esperaba el lunes para llegar a la oficina y compartir con Ariel lo que más le importaba en su vida: su carrera, la empresa, las alternativas de los viajes, las presentaciones.

En una oportunidad, la empresa ofreció una cena en un hotel de primera categoría para los gerentes extranjeros que visitaban la sucursal local. A Roxana le encantó este evento: buena comida, ropa de primer nivel, muchos idiomas a la vez. Era el ambiente con que ella soñaba. Marcos no había sido invitado. Solo iban los número uno de la empresa y sus asistentes. Allí estuvieron Ariel y Roxana.

El encuentro terminó a las once de la noche, y Roxana no tenía ganas de volver a casa. Estaba entusiasmada y quería intercambiar con Ariel unas cuantas novedades de las que habían circulado, anécdotas y chismes en general. Él le propuso llevarla a su casa, no sin antes pasar por la de él para tomar un café final y seguir charlando. Roxana aceptó. Marcos estaría por acostarse o ya dormido, pensando que ella llegaría tarde.

La velada en lo de Ariel se extendió más de lo previsto. Charlaron, tomaron café y, ya incentivados ambos por el vino que habían bebido en la cena, Roxana aceptó la propuesta de Ariel de descorchar un champagne. El piso que habitaba Ariel tenía un gran balcón, y desde allí se veían todas las luces de la ciudad. Copa en mano, a Roxana le parecía que la vista se le perdía entre estrellas y luminarias. Sintió las manos de Ariel sobre sus hombros y su boca en el cuello. Los finos dedos de él se deslizaban apenas debajo de sus breteles de paillettes. Se dejó llevar, arrastrar casi hasta la alfombra del living, donde tuvieron sexo como Roxana no había experimentado antes. Mientras sentía que el calor se extendía por todo su cuerpo, veía pistas de aeropuertos iluminadas y que ella misma despegaba, levantaba vuelo a gran velocidad. Se quedó dormida. A las cuatro de la mañana, se despertó asustada, lo sacudió a Ariel, que dormía profundamente sobre la alfombra, y le pidió que la llevara urgente a su casa. Se despidieron con un largo y apasionado beso en la boca. A las pocas horas se reencontrarían en la oficina y, dentro de dos días, Ariel viajaría por dos meses a una sucursal de la compañía en Francia. En esos dos días tendrían mucho que hacer, ella debería anotar un sinnúmero de obligaciones pendientes; luego se escribirían, se hablarían por teléfono y se extrañarían.

Marcos la esperaba despierto, preocupado y enojado. Había estado llamando a su celular, pero estaba apagado. “¿Qué pasó? ¿Dónde estuviste?”, le preguntó con voz ronca y un tono progresivamente más alto. “Bueno, estos gerentes empiezan y no terminan más…, sabés cómo son estas cosas, tienen todo el tiempo del mundo y creen que uno está a su disposición. Fuimos todos a tomar café al lobby del hotel y siguieron charlando, y Ariel no quería despegarse y quería que yo siguiera escuchando para no perderse nada… Hacen esto para estar siempre en el tope, es así, Marcos, es así y lo sabés. ¿O no lo sabés?”, dijo Roxana sacando sus mejores argumentos mientras sentía que la cabeza se le partía por el champagne y la excitación.

Durante los dos meses que Ariel estuvo afuera, Roxana vivió pendiente de sus llamados durante el día, pero por la noche debía atender a Marcos, que, curiosamente, tuvo como un ataque de pasión. Cada noche, y a pesar de que dedicaba un tiempo a sus estudios y estaba un tanto hosco después de aquella llegada tarde de Roxana, Marcos igual se abalanzaba sobre el cuerpo de ella y le hacía el amor furiosamente, como queriendo poseerla, como si una luz interna le dijera que esa mujer, su mujer, podía escapársele como el agua entre los dedos.

Faltaban quince días para que Ariel regresara, y Roxana comenzó a preocuparse porque su regla mensual no aparecía. Visitó a su ginecólogo en secreto. Se preguntaba por qué no se lo decía a Marcos, pero no tenía una respuesta clara. Le contó que el médico la había revisado, que no parecía estar embarazada, que podían ser los nervios, que igual le había pedido el análisis. Fue a buscar los resultados sin avisarle a Marcos y tampoco lo incluyó en la visita al médico. El análisis dio positivo. Salió del consultorio en estado de shock. ¿Acaso no quería tener un hijo? Estaba segura de que Marcos era el padre. Después de haber estado con Ariel, había menstruado normalmente, pero las noches de pasión de Marcos habían logrado su cometido. Le dijo a su marido que el análisis había resultado negativo.

Sintió los primeros mareos y náuseas y los vivió sola, en el baño, sin comentarios, asustada, esperando que llegara Ariel. Cuando él aterrizó, ella estaba en el aeropuerto, esperándolo para contarle lo sucedido. “Es de él”, comentó Ariel, circunspecto, molesto. Roxana lloraba sin decir una palabra. Dos horas después del encuentro, Ariel le dijo: “Que sea nuestro, yo te necesito, yo puedo ser el padre, yo quiero que estés conmigo, te extrañé demasiado, no me importa nada todo esto, luego tendremos un hermanito para este niño y será todo nuestro.” Cuando Roxana pensaba que tendría que separarse, decirle a Marcos que se quería ir de la casa, volvían las náuseas y los mareos. Fue un mes más de angustia y de desesperación. Roxana pensaba en abortar, pero no se animaba, no quería matar a ese hijo aunque no fuera del hombre elegido y podía optar por tenerlo con Ariel. Tenía la posibilidad de todo. Esto coincidió con una reestructuración de la empresa, y Ariel, sin comentárselo a Roxana, presionó para que Marcos quedara afuera. Le enviaron un telegrama de despido. Marcos cayó en una depresión y poco después tuvo que escuchar las palabras de Roxana: “Ya no te amo, me voy de casa”, frías, medidas. “Necesito un hombre con otros horizontes, vos me conocés”, remató ella.

A los dos meses, Roxana y Ariel estaban viviendo juntos, temporariamente, en el piso que él alquilaba. Ariel pidió el traslado a una sucursal en el exterior y se fue a otro país con Roxana, que le anunció a Marcos que estaba embarazada de Ariel, que el bebé nacería en el exterior, que ella le dejaba todo y que harían los papeles de divorcio a través de un abogado con trámites internaciones. Cuando el avión despegó, Roxana tenía cinco meses de embarazo que parecían menos y sintió que se iba lejos a vivir la vida que ella quería, en una ciudad más importante que la suya hasta ese momento y con un horizonte amplio como el que siempre había soñado: con éxito, poder, perspectivas y una suma de confort y posibilidades antes no pensadas.

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